
Esta mañana, al levantarme, no me he visto en la cama y me ha extrañado. He ido al cuarto de baño, suponiendo encontrarme allí, pero tampoco estaba. Asustado he despertado a mi mujer y se lo he dicho:
— Cariño, que me he levantado y no me encuentro.
— Eres tonto, para esa idiotez me despiertas...
Me he vestido rápidamente, y sin afeitarme, pues nunca supe hacerlo sin verme, bajé al garaje. Faltaba el coche rojo de mi mujer, por lo que supuse que me lo habría llevado yo. Cogí el mío azul y me fui a trabajar.
Al llegar a la empresa vi que mi plaza de garaje estaba vacía, y me sorprendió que yo ya no hubiera llegado. Subí a mi despacho, esperando encontrarme allí, pero no estaba.
Cuando vino mi secretaria le pregunté:
— Nuria, por favor, ¿me has visto llegar esta mañana?
— No...Vengo de por un café.
— Bueno, pues si me ves dímelo, y hazte a la idea de que no he venido hasta entonces —y me encerré en el despacho, preocupado por lo que me hubiera pasado.
Despaché los asuntos más urgentes pues no quería que cuando llegara tuviera el trabajo retrasado. Siempre me ocurre lo mismo, y es que cuando me concentro me olvido de lo demás, y así llegó la hora de comer. Me pasó a buscar el jefe y me dijo:
— No te he visto esta mañana desayunando...
— Ni yo mismo me he encontrado, ni desayunando ni en ningún otro sitio, tengo un lío impresionante... así que he aprovechado mi ausencia para poner todo al día.
No tenía yo el cuerpo para comer, de modo que me disculpé y le pregunté a Nuria si había tenido llamadas.
— Si, pero... me has dicho que como si no hubieras venido...ten, estos son los avisos.
Revisé rápidamente las notas, que si se aplazaba la reunión del lunes, que si habían traído el coche de mi mujer del taller, que si los componentes estarían para mañana y demás, pero el aviso que buscaba no estaba y me sorprendió, pues siempre que voy a llegar tarde llamo por teléfono. Me empecé a preocupar por lo que me hubiera pasado, pero seguro que me encontraba, pues no soy de los que se pierden por ahí.
Bajé al garaje, y me alegré de ver allí el coche rojo de mi mujer, señal de que andaba por allí. Subí rápidamente a la oficina y por más que me busqué no me encontré.
Me fui a casa preocupado, pero pensando que como siempre había en la fábrica algo urgente de solucionar, pues que en ello andaba.
Al llegar al hogar me sorprendí de que no hubiera vuelto. Pregunté a mi mujer:
— Hola cariño, ¿me has visto?
— Ni te quiero ver —me contestó—, mira que despertarme esta mañana en lo mejor del sueño para una patochada.
Miré por toda la casa y no me encontré hasta que abrí el cuarto de baño de los niños, y me dio una gran alegría verme sentado en la taza leyendo mi novela favorita.
— ¡Pero soy tonto!—me insulté—. Todo el día buscándome y me encuentro aquí sentado... ¿Se puede saber qué hago ahí? ¿No he pensado en ir a trabajar o qué? ¿Y no he pensado en mí? ¿Me puedo imaginar lo mal que lo he pasado? —Vamos que me eché una bronca de muy señor mío, mientras me observaba allí sentado.
— Verás —me respondí desde la taza—. Recuerdo que mamá dijo que no me levantara sin tirar antes de la cadena, y aquí estoy sentado desde anoche que me fui a acostar sin hacerlo. Y el que tenía que estar enfadado soy yo, que llevó veinte horas esperándome.
— No si al final voy a tener yo la culpa —me dije.
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Relato incluido en el número nueve de "Cuentos para el andén". Podeís descargar la revista en pdf pinchando aquí.