lunes, 26 de enero de 2015

Sabor amarillo verdoso


            Descubierta la causa del anieblado paisaje cántabro que durante los últimos días ha ocultado buena parte del territorio, el gobierno autonómico está estudiando qué medidas tomar para recuperar el color verde. Es conocida la existencia de culturas que no permiten que se les fotografíe, aducen que pierden el alma. Como consecuencia de la campaña «a qué sabe Cantabria» por todas las ferias internacionales, ha sido tal la afluencia de japoneses que además de marcharse con la tripa llena de los sabrosos guisos, han agotado las memorias de sus cámaras con fotografías de las montañas, los valles y las playas, hasta el extremo de llevarse el alma del paisaje. En el aeropuerto de Santander se les ha pedido que eliminen la mitad de las imágenes, han accedido con su gran sonrisa amarilla pues saben que el sabor cántabro nunca se les podrá borrar de la memoria.

            La sorpresa ha sido que levantada la niebla todo está en su sitio y color, salvo los pastos. Se sospecha que como fruto del efecto llamada de la calidad de la leche y los quesos, y aprovechando que nadie las veía, las vacas de los territorios adyacentes han entrado y pastado a sus anchas.

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Esta ha sido mi aportación al concurso «A qué sabe Cantabria» —organizado el Parlamento de Cantabria con motivo del XXXIII Aniversario del Estatuto de Autonomía— y que ha sido seleccionado para su publicación. Aquí podéis leer y descargar el pdf con el relato ganador, los finalistas y los seleccionados. 

lunes, 19 de enero de 2015

7/ Benicia, Justino y el pensamiento único



    Justino guarda dentro de la alacena tres libros que dejó olvidados la maestrita que se hospedó en su casa, allá por los sesenta, antes de emigrar él a la capital a mover ladrillos: Don Quijote de La Mancha, La Sagrada Biblia y Ulises de Joyce. En alguno de los ratos que «ociosea», que son frecuentes desde la jubilación y su regreso al pueblo, se da a la lectura. Con el dedo cementado recorre los lomos, de izquierda a derecha y de derecha a izquierda, leyendo los títulos, para terminar habitualmente asiendo El Quijote. Piensa que de los tres es el único que muestra con claridad cómo de loco acaba el que lee siempre de lo mismo.
    Uno de esos días de agosto en los que leía bajo la parra le dijo a su no menos anciana mujer:
    —Mira lo que pone aquí: «La razón de la sinrazón que a mi razón se hace, de tal manera mi razón enflaquece, que con razón me quejo de la vuestra fermosura».
    —¿Y eso quién lo dice? —preguntó Benicia que, sentada en la silla de esparto y con las manos ajadas de fregar suelos, desgranaba guisantes para la cena.
    —Pues no me queda muy claro si fue un tal Feliciano de Silva, el propio Don Quijote o el autor Don Miguel de Cervantes —respondió Justino sin dejar de ojear lo leído.
   —¡Hombres! Siempre pensando en lo mismo —sentenció Benicia y se llevó un grano esmeralda a la boca.