domingo, 29 de octubre de 2017

Flor de almendro


            Mi abuela se recogía el moño con aquel tipo de redecilla, pero no era lo mismo. A mí me gustaba mucho más en las larguísimas piernas de las bailarinas que anunciaban las funciones del Teatro Chino de Manolita Chen. Por entonces, yo estudiaba en el seminario de Toledo pero, al llegar el verano, volvía a Talavera de vacaciones y echaba una mano a mi madre, como recadero en su mercería. Cuando tenía quince años, la mañana del primer día de las ferias, una joven de belleza forastera trajo varias medias de nailon para que mi madre le cogiera los puntos, pues la zurcidora del teatro se había roto. Así fue como conocí a Adelina Li-Mee —cuyo significado chino dijo ser «flor de almendro»—, una chica que quería ser cantante y vedete, pero aún no tenía la edad. Por la tarde se las llevé reparadas, y me lo enseñó todo: el mundo multicolor tras bambalinas, dónde finalizaban las piernas con medias de mallas, cómo se colocaban las ligas, qué se ocultaba bajo las estrellitas sobre los pechos Todo. Agradecido le entregué mi virginidad. Cuando terminaron las fiestas, Li-Mee se marchó con el teatro, y se llevó mi vocación.