(Otto Dix)
Con el
fusil al hombro y vestido de derrota llegó a la aldea una noche de ventisca,
niebla y confusión. En la primera casa pidió cobijo, le abrió una mujer
desgreñada —con la tez morena curtida por el fuego del hogar— que le preparó
una sopa y una cama caliente. Muchas vigilias de soledades desde que su marido
partió a la guerra, la atracción de los cuerpos jóvenes, el ventarrón, el miedo
y el deseo se apoderaron de ellos y yacieron unidos. En la amanecida, el joven
soldado abandonó la morada y prosiguió el viaje por el sendero que asciende a
la sierra. Cuando se le echa la oscuridad y la niebla blanquea el contorno
llega a un pueblo en medio de la tristeza, golpea con la aldaba de hierro
fundido la puerta de una casa y una mujer joven le abre la puerta, se aman con
pasión y en el amanecer prosigue su camino, ese que le llevará de las tinieblas
a otra noche con la misma mujer, la que había fallecido en el incendio de su
hogar tras conocer la muerte de su marido en el frente.