miércoles, 23 de abril de 2014

El túnel


            En la cárcel de la Isla Rikers, Nueva York, a modo de tortura psicológica —eso se cree el alcaide, que ha clausurado la biblioteca—, todos los lunes entregan a los reclusos las hojas de una novela rosa, una hoja a cada uno, salteadas y con la numeración amputada. Durante las horas de paseo, en los comedores e incluso mediante susurros nocturnos entre celdas, los presos hablan entre ellos, se cruzan información, indagan el tiempo cronológico, establecen la aparición de los personajes, aúnan los escenarios comunes y secuencian los conflictos. En los recuentos se colocan en el orden de la trama que van desentrañando.
            Lo que desconoce el alcaide es que para los penados es como estar cavando un túnel pues todos los finales que construyen les llevan a la libertad.


* * *

Con este microrrelato participo en la propuesta del mes de abril del concurso «Esta noche te cuento». 
           
Pinchad AQUÍ si queréis leer el relato y los comentarios recibidos en el blog de los organizadores.


miércoles, 16 de abril de 2014

Viejos Amigos - Audiolibro


Los Montes de Toledo se ven (y se oyen) desde Chile.

El escritor Pablo Gonz se propuso hacer un audiolibro de microrrelatos en homenaje a nuestros mayores. Este es el resultado:
UNA APROXIMACIÓN LITERARIA AL MUNDO DE LA VEJEZ.

Reúne 69 microrrelatos de 47 autores leídos por 5 locutores, procedentes de seis países: Argentina, Chile, Perú, Colombia, México y España.
Podéis escuchar y descargar GRATIS el mp4 AQUÍ, y hacer un buen regalo a vuestros mayores.
Gracias, Pablo

Yo participo con «El corazón no entiende de mojones» que podéis escuchar a partir del minuto 28'30".  Locutor: Álvaro Morgan . Si lo quieres leer, está AQUÍ.

martes, 8 de abril de 2014

Abrazos (Objęcie, Uścisk)



(A Cristina y Helena)

            —Pero ¿qué está pasando aquí? —pensé cuando el líquido en el que vivía desde hacía unos meses se escapaba.
            Hasta la fecha me las había apañado muy bien solito en mi mundo: aparte de dormir, comer y dar alguna que otra patada, no tenía mucho que hacer, salvo chuparme el dedo.
            Me pasaba todo el día con mi mamá, allí donde fuera, yo la acompañaba. De mi papá poco podía decir, solo que al llegar del trabajo me solía despertar del sueño nocturno.
            Cuando me quedé sin líquido en el que moverme experimenté una sensación extraña, pero enseguida, al percibir aún más la cercanía de mi madre, me sentí seguro. Este estado duró poco tiempo, pues pronto empecé a notar que me presionaban. Yo estaba boca abajo y no podía moverme. Bueno, la verdad es que últimamente disponía de poco espacio para desplazarme, pero como con todo, uno termina habituándose. Mi mamá no paraba de trajinar por todos lados hasta que la fuerza empezó a ser periódica. Esto no me había pasado nunca.
            Al poco vino mi padre, cosa extraña que volviera del trabajo tan temprano, y salvo cada diez minutos que mi madre se sentaba, no dejábamos de movernos de un lado para otro. Sin embargo, justo al pararse era cuando a mí me empujaban con mayor intensidad, y mamá empezaba a respirar de una forma a la que no me tenía acostumbrado, produciendo un sonido que nunca había oído.
            En el momento en que la presión que sentía en la espalda y por todos lados se hizo muy intensa, a mi padre le dio por darnos un paseo en coche, y además dando muchos frenazos y haciendo sonar la bocina constantemente.
            Al rato parece que todo se relajó un poco, y noté cómo mi madre se acostaba, pero también empecé a preocuparme porque la oía dar voces. Yo sentía cómo mi cráneo empujaba hacia un pequeño agujero que poco a poco se iba agrandando. Me empezó a doler mucho la cabeza y el oír gritar a mi mamá no me ayudaba nada. El sufrimiento fue en aumento, más intenso y fuerte. Gritos de mi madre. Tortura. Daño. Tormento. El corazón me latía muy deprisa y el de mi mamá también, aquel maldito hueco era muy estrecho y otra vez. Gritos. Dolor. Suplicio. Y así hasta un último empujón que hizo que mi cabeza saliera del vientre de mi madre.
            —Vamos, un esfuerzo más, que ya ha pasado lo peor —oí decir a una voz desconocida.
            Cuando por fin todo mi cuerpo pasó por aquella puerta, mis dolores desaparecieron y mi mamá dejó de gritar. Abrí un poco los ojos y, con los pies arriba y la cabeza abajo, vi por primera vez a una mujer que me tenía sujeto por los tobillos, momento que aprovechó para darme una azotaina. El aire entró por la nariz y salió con rapidez por mi boca un sonido extraño, pero que pareció alegrar a la comadrona, pues me dio la vuelta y con las manos enguantadas me abrazó protocolariamente, como se abraza a cualquier extraño al que ayudas y luego te da las gracias, era mi deber, mi trabajo, no te preocupes, una palmadita en la espalda y a otra cosa. Supongo que la buena señora estaba acostumbrada a recibir nuevos personajillos en este mundo y tendría ganas de irse a fumar un cigarro, de modo que este abrazo, el inaugural de mi vida, fue un poco de compromiso, algo así como: «Bienvenido, chaval, que me has fastidiado la final de Gran Hermano». La verdad es que lo recuerdo con mucha ilusión, y dado que aquella mujer fue el primer humano que vi, la constituí en mi patrón de belleza.
            Del segundo abrazo que recibí me acuerdo de todo: el cariño, la ternura, el contacto de mi piel sobre la suya, los labios sobre mi cara, unas manos que me abarcaban todo, y las palabras que lo acompañaban. Mi manita agarrando su inmenso dedo índice mientras que con el pulgar me contaba los deditos, luego con la otra, y los besos en la frente y en los ojos, el susurro, el mi cielo, mi amor, qué guapo es, a quién se parece. Sobre todo recuerdo el halo de amor que mi mamá emanaba y me abrazaba por todo el cuerpo, que nunca en mi vida olvidé ni dejé de sentir. Si la comadrona era la unidad de belleza, la de mi madre era el infinito, y eso que acababa de sufrir mucho, que cuando días después la vi sin dolor, fue el infinito y más allá. Lo mismo me pasó con el abrazo, ningún otro llegará a alcanzar el clímax de amor que el que me dio mi mamá aquel primer día.
            De pronto me apartaron del paraíso y en volandas me depositaron en los brazos de un hombre joven que, por la lágrima que le salía a modo de estigma, deduje que era mi padre. A pesar de tener los brazos musculosos y las manos fuertes, su abrazo era flácido, sin sustancia, dejándome caer la cabeza hacia atrás de forma que apenas me permitía verle. Queriendo pero no sabiendo cómo ni dónde tocarme y besarme, me dio un tímido beso en la frente y, mudo, sin saber qué decir ni hacer conmigo, mirando a los demás, me entregó en los brazos de mi abuela. Y pues eso, que papá debería mejorar mucho para acumular unidades de belleza, y realizar muchas prácticas para aprender a abrazar, pero de eso ya me encargaría yo, a partir de la primera noche en vela.
            Y el abrazo con el que me recibió mi abuelita…, pero eso es otra historia.

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Relato incluido en el nº 26 de la revista «¿Español? Sí, gracias», publicada en Polonia por la Editorial Colorful Media para aprender español de los Montes de Toledo. Va acompañado de un amplio vocabulario en polaco.

Pinchad en las fotos para ver el original y aprender algo de polaco.