lunes, 16 de septiembre de 2013

Tamanend

Estatua a Tamanend, Jefe de los Indios Delaware, en Filadelfia 

            Después de dos siglos desde que se dio por perdido el mercante «Willian Penn», el mascarón de proa que representaba al indio Tamanend fue hallado en una playa de Filadelfia. Con métodos avanzados, un grupo de científicos hemos estado restaurando la figura. La talla ha recuperado su esplendor original y el habla. En el lenguaje de los indios «Delaware» nos ha narrado cómo se fueron a pique.
            «Nos aproximábamos a las costas de Noruega cuando vimos acercarse una polvareda de agua que me recordó las estampidas de los búfalos, me sentía cabalgando a lomos de mi caballo sobre la pradera, la espuma de las olas en mi rostro eran como crines al viento. Mas de pronto, el mar se encabritó, se formó un huracán y caímos en un inmenso remolino, un acantilado de agua girando a mucha velocidad por cuyo vórtice se veía el lecho marino».
            Cuenta que murieron todos los marineros y que solo él se salvó al desprenderse del casco. Dice que durante estos años se mantuvo a flote por su cuerpo de roble y que ha surcado los mares arrastrado por las corrientes hasta regresar a su tierra.
            Los científicos no le hemos creído.

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Con esta micro-leyenda he participado en la propuesta del mes de septiembre (con el tema «Volver», homenaje a La Odisea, de Homero) del concurso «Esta noche te cuento».

Pinchad AQUÍ si queréis leer los comentarios recibidos en el blog de los organizadores.

lunes, 2 de septiembre de 2013

La Encina de los Sollozos



            Del latín quercus ilex singultus. Árbol de la familia de las Fagáceas del cual solo existe un espécimen. Se ubica en un lugar de los Montes de Toledo que por razones de protección no se puede nombrar. Hay documentación que afirma que fue plantado como encina común hacia el año 720 por los musulmanes que decidieron asentarse en esos andurriales. Cuando Alfonso VI reconquista Toledo, en el año 1085, capitaneaba esa parte de la sierra Mohammed ben Abî al-Hasan, conocido por los cristianos como Boabdil «El Bolo». Cuentan que al tener que abandonar los Montes, camino de al-Ándalus, se apoyó en la encina y lloró desconsolado. La tradición oral mantenida en los corros de costura en los altozanos cuenta que su madre le espetó: «Llora como gallina lo que no supiste defender como gallo, pero no te vayas sin recoger tu jaima». Es a partir de este acontecimiento cuando se detecta la mutación del árbol de modo que —sin perder el aspecto normal de la encina— las noches de luna menguante la silueta recortada de la copa asemeja un turbante, y si sopla viento del sur, las hojas sisean sollozos. Cada rama que ha brotado con posterioridad corresponde a un disgusto comarcal: años de sequía, plagas de la mosca del olivo (Bactrocera oleae), etc. Cuando los aldeanos sienten que la pena se les «abellotona» en el pecho, por los asuntos de la vida o del ganado, se cobijan bajo la encina a respirar llantos y lagrimear suspiros.
            Las bellotas, aunque comestibles, producen depresiones y lloros fluviales. Hay estudios en curso que relacionan Los Ojos del Guadiana con la encina y los disgustos. Si en un descuido un cerdo se alimenta de las bellotas de este árbol es tan grande su lamento como en tiempos de la matanza, con la única ventaja (para él) de llevarlo ya aprendido. Gracias a la fabricación de «Aguabellomiel» (una cucharada de miel y una bellota llorona por litro de agua), las plañideras se conservan aún en la comarca. A pesar de su poca producción, está muy demandada por actores, políticos y funerarias de renombre.