(Fotografía realizada por
Rafa Heredero para ilustrar el micro)
Te entrega la carpeta de sentencias, lees la primera,
miras el calvario que tienes sobre la Biblia. Después, firmas esa y todas las
del día. Te llevan a casa. Al llegar, te desvistes con sonidos metálicos. Te
pones el batín, besas a tu mujer, ríes, juegas con los hijos pequeños —los
mayores están afuera—, colaboras en la preparación de la cena. Oyes gritos en
el recibidor, tu primogénito —que es bueno y generoso como su madre— ha dado
una patada en el ojo a su hermano —el que ha salido a ti, fuerte y bravo— por
no dejarle la bicicleta. Más tarde, con tu mujer, acuerdas cuál será el castigo
ejemplar. Satisfecho, duermes como si hibernaras, con la conciencia tranquila.
Madrugas —siempre a las seis en punto suenan el reloj y las descargas—, te
pones tu traje verde. Asistes a misa, comulgas —sin necesidad de confesar tus
pecados contra el quinto— y pides a Dios que te ayude a ser justo. Llegas al
trabajo devolviendo saludos. Al final del día, el secretario te entrega la
carpeta, te acuerdas de tus hijos, miras el calvario, te fijas con detalle en
el buen y mal ladrón. Hoy, por primera vez, dudas.
* * *
Este microrrelato ha sido analizado
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