lunes, 27 de enero de 2014

Don Florentino y la escuela

Florentino Jiménez Gómez (Parrillas, Toledo, 14 de marzo de 1916 - Talavera de Reina, Toledo, 8 de Septiembre de 1999)


            Sus zapatos negros, gruesos para evitar la entrada del agua, rara vez vieron el lustre, salvo recién comprados, o cuando asistió a alguna boda o entierro de un amigo. Le permitían tener los pies en la tierra, evitando navegar por las nubes y que el agua de la calzada le entrara a humedecer su vida. Eran arrastrados por dos arqueadas piernas, escondidas bajo sus viejos pantalones de pana negra, consumidos pero limpios, que sostenían su cuerpo rechoncho y fuerte. El torso era amplio para poder abarcar la inmensidad de su corazón y estaba oculto por una camisa que en sus orígenes fue verde, pero que con el paso por la tabla de lavar había ido perdiendo su textura y ya era casi blanca. Su cuello, grueso y corto, salía de la camisa como un roble majestuoso, desgastando la tela hasta deshilarla. Su corbata, verde oscuro, no conoció nada más que un nudo, el que le hizo su amigo Blas para la boda. Su rostro era panel de bondad, alegre, con algo de mentón y una boca con labios finos y dos filas de jalbegados dientes, que tantas satisfacciones le dieron en el buen comer. Encuadrada por los dos hermosos paréntesis de su frecuente sonrisa, por ella manaba la sabiduría con sonido claro y potente. Los ojos pequeños y color miel, vivos y alegres, estaban separados por una nariz un poco ancha y terminada en una pequeña pelota, que si hubiera sido un poco más grande hubiera justificado su buen humor y socarronería. Sus cejas abarcaban justo el arco de los ojos, y eran los últimos pelos que se podían encontrar hasta llegar a la nuca. La cara atezada, con centelleantes puntos de plata, no mostraba muchas arrugas, pero en medio de su carrillo izquierdo tenía la marca redonda de cuando le quemaron el carbunco, a modo de medalla por sus cristianos sentimientos. Su pelo era tomillo albar y se peinaba con una raya en medio, tan ancha que solo dejaba espacio para unas matillas encima de las orejas. Su gorra de pana, verde y con visera, además de evitarle coger frío, le retenía los sueños.
            Con su paso vacilante se dirigía todas las mañanas a las ocho a encender la estufa, Tizona por nombre, de acero negro fundido en Vizcaya, según rezaba en una placa, y con una mella junto al picaporte, para que cuando llegaran los chiquillos la escuela estuviera templada. Después de abrir la puerta de la sabiduría, con la llave hueca que tantos orzuelos había sanado, el viejo olor de los jóvenes cuerpos le recibía como incienso purificador. En la percha de nogal con cuatro brazos y tres patas, una de ellas rota y apoyada en una piedra de granito, dejaba su abrigo y la gorra, pero la bufanda negra le acompañaría toda la mañana, y la chaqueta de pana siempre. Tras prender la estufa y calentarse las manos fuertes y firmes, subiría a su estrado crujiente, situado en medio de la sala, y de un cajón sacaría dos libros —uno de historia, con un romano blandiendo una espada y otro de caligrafía, también con otro guerrero dibujado pero sobre una cuadriga— y un cuaderno de pastas duras con la contabilidad, todos ellos situados bajo Sonetos del amor oscuro.
            «17 de enero de 1942, una carga de leña, setenta y tres céntimos», anotaría en el libro de cuentas. Posteriormente hojearía los gastados libros de texto por las lecciones previstas para esa mañana, más por costumbre que por necesidad, pues hacía años que estaban grabados en su memoria.      
            Aquel día, en la pizarra de los mayores, situada en el ala izquierda de la sala, escribiría con letra gótica el origen de la reconquista española, dibujando un Don Pelayo en lo alto de una roca con una espada en una mano y una cruz en la otra. Después, y haciendo un alto en la estufa, embellecería el encerado de los pequeños, situado en la otra ala, con un hermoso conejo royendo una zanahoria y unas letras grandes y redondas con la frase a copiar: «El conejo come comida».
            A las ocho horas y cincuenta minutos saldría a la puerta de la escuela, situada en las afueras del pueblo, lejos de las cochiqueras, gallineros y cuadras, pero no lo suficiente de la intransigencia. El edificio había sido construido con piedras berroqueñas, cercado por un muro sin rejas, y estaba a tres peldaños de altura de la calzada. Dos pequeñas torres hacían guardia a la entrada, con sendas esferas, a modo de peones de ajedrez, y un verraco de granito paciendo eternamente. Los niños con ropas maltrechas, sietes remendados, con albarcas o sin ellas, con legañas o sin ellas, iban haciendo aparición entre la tenue niebla, camino del despertar.

            Aquella mañana Don Florentino los recibía sin saber que sería su última clase.

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Relato incluido en la revista «¿Español? Sí, gracias», publicada en Polonia por la Editorial Colorful Media para aprender español. Va acompañado de un amplio vocabulario en polaco.
Aunque es un relato de ficción, la descripción del personaje es un retrato de mi padre, maestro nacional.
Pinchad en la foto para ver el original y aprender algo de polaco.

domingo, 19 de enero de 2014

«Sarmiento quebrado», en Los Jardines de Puck


Los Montes de Toledo se ven y se oyen desde Burgos. La escritora y periodista Mar González Mena lee «Sarmiento quebrado», un microrrelato incluido en DeAntología. La logia del microrrelato, de Editorial Talentura.

Pinchad AQUÍ si queréis oírlo en Los Jardines de Puck, donde aparece acompañado de un relato de Rosa Martínez.
Si os paseáis por los senderos de los jardines disfrutaréis de la prosa de Mar y muchos relatos DeAntología.

¿Aún no habéis comprado el libro? Pues AQUÍ lo venden barato.

Muchas gracias, Mar.

sábado, 11 de enero de 2014

Magnicidio

Fusilamiento, óleo de Roberto Montenegro (1885-1968)

1. m. Muerte violenta dada a persona muy importante por su poder o cargo.

Ejemplos:

a) Poder
            Al firmar la paz, el general magnánimo, vencedor de la guerra, perdonó la vida a sus adversarios y declaró la amistad entre las dos naciones, ahora una. Luego, mandó fusilar a uno de sus soldados, acusado de traición, que por su pacifismo se había negado a disparar al que nunca fue su enemigo.

b) Cargo
            Aquel asesinato privó al hijo —deshacedor de agravios— de recibir del padre las mismas enseñanzas.

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Este texto ha recibido una mención en el I Certamen de microrrelatos REALIDAD ILUSORIA, organizado por Miguel Ángel Page. Pinchad AQUÍ si queréis leer el ganador y los finalistas.

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Diploma y libro digital que he recibido como premio. Molan.