martes, 27 de septiembre de 2016

Los Montes de Toledo se ven desde Sevilla hasta Murcia




Desde Sevilla, Libros Albur ha publicado “Pasión micrófila”, una edición digital de microrrelatos publicados en la revista “Microfilias” y seleccionados por la escritora Patricia Nasello. Entre ellos han incluido “La guerra ideal”, un micro dedicado a mi hijo David.


(Pinchad en la imagen y podréis leer la revista)

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Desde Murcia, Torcuato González, antólogo y escritor —según él tan solo aficionado— ha colgado en las cuerdas de su blog El Microrrelatista el micro “Ciclo de lavado”.

(Pinchad en la imagen y podréis leer el micro y pasear por su casa)

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¡Muchas gracias!

martes, 13 de septiembre de 2016

10/ Benicia, Justino y los filósofos

(Vincent van Gogh, viejo leyendo)

Benicia y Justino están sentados a la mesa camilla sobre la que hay una botella de vino tinto, un vaso y trozos de pan. Él lee un viejo Selecciones del Reader's Digest cosido con hilo de bramante en el lomo. Ella se sienta de lado con un cubo de aluminio entre las piernas, está picando una sandía.
—Mira, dice un filósofo, un tal Heráclito, que un hombre no se baña dos veces en el mismo río —comenta Justino, y alza la vista a la jofaina que se ve en la alcoba.         
—Pues las mujeres, cuando éramos jóvenes, nos lavábamos en la garganta una vez al año, por la Virgen de agosto, aunque no nos hiciera falta —responde Benicia, y se le viene a la mente las risas mojadas en la charca.
—¡No, mujer!, se refiere a que como el agua corre, cuando vuelves a entrar ya no es la misma y por lo tanto el río es otro —aclara Justino, luego toma el vaso y echa un trago.
—Nosotras sí que éramos otras, que los años no pasan en balde —dice Benicia, y se agacha con el cuchillo en punta para atrapar un trozo de sandía que ha caído fuera del cubo.
Justino se queda meditando la respuesta de Benicia, entra en duda y la imagina vestida con una túnica blanca, sentada en las escaleras de un templo y rodeada de jóvenes.
—¿Quiénes son los filósofos? —pregunta Benicia.
—Aquellos que reflexionan sobre los asuntos de la vida —responde Justino, y deja la revista zurcida sobre la mesa.
—¡Ah! ¡Como las amas de casa! —exclama Benicia, y empieza a migar los mendrugos— ¿Y tú en qué pensabas mientras segabas?
—En el tiempo, observaba el cielo, las nubes; calculaba cuántas fanegas sacaríamos; en que debía limpiar el granero; en si el muchacho llegaría para la trilla y en qué sé yo qué otros menesteres.
—Entonces tú también eras pensador, pero no comprabas la comida en los comercios. ¡Anda!, deja de beber y acerca esto a tus amigos —dice Benicia. Luego, se sacude las migajas del mandil.
Justino se levanta, toma el cubo, con paso quedo se acerca al corral trasero, abre la puerta de la cochiquera y dos hermosos cerdos lo miran con ojos de sabiduría.
—¡Aristo!, ¡Sócrates!, aquí os traigo la manduca que os ha preparado Benicia de Alejandría.