Después
de unos años creando el poema destinado a declarar su amor a la joven viuda
—ahora ya madura—, por fin lo tenía acabado, quedándole tan solo decidir si en
el verso mil seiscientos treinta era mejor poner una u otra palabra, cuestión
esta a la que se consagraba durante las tres últimas semanas.
Se
sentía muy gozoso de haber hallado las locuciones precisas para sus cabellos
sedosos, las cejas escarzanas, la recoleta mirada, el fulgor de su sonrisa, la
constelación de lunares del cuello, su exuberante castidad, los gestos de gala
y así hasta las uñas de los pies: de nácar irisado. Dudó mucho con los pechos,
pero se dijo que debía ser decidido y los adjetivó como melíferos. Sin embargo,
estaba dubitativo hasta la extenuación para escoger la palabra adecuada al
sentir de su propio corazón.
Una
mañana que paseaba por el parque reflexionando sobre las pasiones que se
abrirían o cerrarían por la decisión, le avisaron de que su casa estaba
ardiendo. Al llegar a la devastada vivienda y ver los manuscritos calcinados,
continuó preguntándose —ahora ya sin sentido alguno— si era más preciso decir que
había sido el fuego o la llama.
* * *
Este microrrelato ha sido seleccionado como finalista en la propuesta del mes de noviembre (tema «Como el fuego») del blog Esta noche te cuento.
Poned vuestra
manguera aquí para leer el relato en el blog de los organizadores y, si os apetece,
dejad allí vuestros comentarios.