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sábado, 13 de febrero de 2016

La isla de las ondas perdidas

(Der Früchtekranz, Peter Paul Rubens)

            Hay en el cielo una isla de nube a la que llegan todas las ondas radiofónicas que no son escuchadas por nadie. Como las olas del mar que traen la arena, las ondas van dejando las conversaciones, la música e incluso las interferencias en su litoral de agua. Casi todas las tardes bajan a la playa de gotas unos angelitos a jugar con las palabras, las notas musicales y los ruidos. Los querubines construyen castillos de letras, con enes como almenas, oes de troneras, aes de puertas y eles de puentes levadizos. También escarban pequeños hoyos en la niebla, se cubren con oraciones y al levantarse dejan huecos por los que se filtra la luz divina que llega a los hombres. A los serafines les gusta recolectar notas para componer y cantar las alabanzas, recogen semifusas que se colocan como peines entre los rizos, se acercan claves de sol al oído y escuchan el sonido de los humanos. Algunos tronos que iban para diablillos cogen los ruidos y los hacen chocar entre sí, suenan como truenos en días despejados y los hombres alzan la vista hacia el cielo.
            Solo cuando llegan llamadas de socorro les avergüenza bajar a jugar.

* * *
Con este microrrelato participo en el concurso Esta noche te cuento  que con motivo del Dia Mundial de la Radio había que inspirarse en la radio.

AQUÍ podéis leer el relato en la página de los organizadores.

domingo, 25 de mayo de 2014

Isla Isabel



            Era hermosa de cintura para arriba, quizás la más lozana de las mozas, pero una enfermedad infantil le había dejado las piernas quebradas. En la treintena tuvo un hijo. Su padre dijo que la había forzado un vagabundo que pasó la noche en el pajar. Nadie vio al forastero. Su madre calló. Isabel, sin embargo, anheló el hijo.
            Cuando las mujeres de rosario le quitaron el niño fruto del pecado y lo entregaron en el hospicio de Talavera, ella se marchó a dos leguas de la aldea y se puso a llorar. Poco a poco se fue formando una laguna a su alrededor. En el centro, donde Isabel soportaba su pena, brotó una isla de sal. Allí vivió muchos días, los pájaros le llevaban la comida y el rocío el agua. Los escasos vecinos que pensaron en ir a socorrerla desistieron para no desatar la ira y ser también desmembrados del pueblo.
          Un día dejó de llorar. Ante el recelo de que desapareciera la laguna, las frecuentes oraciones y el sacar a pasear los santos trajeron las lluvias. Diluvió. Al descampar, Isabel no estaba. La isla permanece. Espera.

* * *



Con este microrrelato participo en la propuesta del mes de abril («...en la Isla de las Mujeres») del concurso «Esta noche te cuento».

Pinchad AQUÍ si queréis leer el relato y los comentarios recibidos en el blog de los organizadores.