(Fotografía de Tom Waterhouse)
En ocasiones, los sueños que anhelamos
para con nuestros hijos se retuercen en escorzos del tiempo y te pasas el resto
de tu vida mirando hacia atrás, pensando en esa sombra que arrastraremos
siempre, preguntándote qué hicimos mal. Todo comenzó por culpa de nuestra
melomanía, cuando llevamos a nuestra hija de diez años a clases de música. La
profesora de violín nos dijo que todo virtuosismo no desarrollado antes de los
quince años no se alcanzaría nunca, y que en Moscú estaban los mejores
profesores. Ocho años de sacrificio, alternando vacaciones, unas veces su madre
y otras yo, para estar más tiempo allí con ella. Nos hemos perdido su
crecimiento, su día a día, todo por ella. Hemos sacrificado la vida y los
ahorros para labrarle el futuro de Euterpe que quisimos para ella. Y ahora, nos
vemos abandonados en una platea vacía, escuchando una composición sin armonía.
Cuando nos visita, nuestros silencios de redonda se suceden en el pentagrama de
nuestras vidas. Ella, sin embargo, dice que es feliz, no se acuerda del violín,
nos habla de sus animales, de la vida en la reserva sudafricana de Madikwe, y
de que cuando termine Biológicas se irá allí a vivir.
* * *
Cómo rizas el rizo, y acietas de pleno mi querido Ximens. Mi pintora anda por las gélidas tierras germanas, enredada en letras y palabras mientras yo aquí me pierdo en los paisajes soleados de sus cuadros.
ResponderEliminarUn abrazo enorme y apretujao
Realmente, maravilloso relato, tan real, tan puro. Gracias Javier.
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