
La
constreñida economía ha originado que sea un artículo de lujo disponer de un
puesto de trabajo. Algunos emprendedores han descubierto un nicho de mercado y
han empezado a comercializarlos. Si paseas por las principales calles
comerciales de las grandes ciudades podrás pararte frente a los escaparates en
los que se exponen para su venta. Así, no es extraño encontrar a un actor
sentado en una mesa de oficina tecleando en un ordenador; otro, con un disfraz
de fontanero que simula arreglar las tuberías de un cuarto de baño. La multitud
de viandantes que pegados al cristal contemplan los productos con envidia saben
que a esos precios inalcanzables solo están reservados para los ricos. Estos,
siempre deseosos de destacarse sobre el resto de los mortales, no dudan en
comprar un empleo y ejercerlo, ya sea panadero o repartidor de pizzas. Esto no
es nuevo, ya a María Antonieta le gustaba jugar a los campesinos en la aldea
del Petit Trianon. Mas es una moda,
sin duda ocurrirá como con todo, cuando se pongan en el mercado muchos puestos
de trabajo, la clase media querrá emular a la alta y empezará a adquirirlos, se
popularizarán, momento en el cual perderá el interés para los ricos y dejaran
de consumirlos. Las personas que pertenecen a la clase vulnerable no se verán
afectadas, nunca podrán optar a esos productos, salvo que se los entreguen por
caridad o los roben.
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(Francisco Javier Cebollero, un desempleado oriundo de Zaragoza)
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Con este microrrelato participo en la Primavera de Microrrelatos Indignados de 2017, que con el tema «Desigualdades Económicas y Sociales» ha organizado Miguel Torija Marti. En su blog La colina naranja encontraréis todos los autores y microrrelatos participantes.