(Vincent van Gogh, viejo leyendo)
Benicia y Justino
están sentados a la mesa camilla sobre la que hay una botella de vino tinto, un
vaso y trozos de pan. Él lee un viejo Selecciones
del Reader's Digest cosido con hilo de bramante en el lomo. Ella se sienta de
lado con un cubo de aluminio entre las piernas, está picando una sandía.
—Mira, dice un filósofo, un tal Heráclito, que un hombre no se baña dos veces
en el mismo río —comenta Justino, y alza la vista a la jofaina que se ve en la
alcoba.
—Pues las mujeres,
cuando éramos jóvenes, nos lavábamos en la garganta una vez al año, por la Virgen de agosto, aunque no
nos hiciera falta —responde Benicia, y se le viene a la mente las risas mojadas
en la charca.
—¡No, mujer!, se
refiere a que como el agua corre, cuando vuelves a entrar ya no es la misma y
por lo tanto el río es otro —aclara Justino, luego toma el vaso y echa un
trago.
—Nosotras sí que
éramos otras, que los años no pasan en balde —dice Benicia, y se agacha con el
cuchillo en punta para atrapar un trozo de sandía que ha caído fuera del cubo.
Justino se queda
meditando la respuesta de Benicia, entra en duda y la imagina vestida con una
túnica blanca, sentada en las escaleras de un templo y rodeada de jóvenes.
—¿Quiénes son los
filósofos? —pregunta Benicia.
—Aquellos que
reflexionan sobre los asuntos de la vida —responde Justino, y deja la revista
zurcida sobre la mesa.
—¡Ah! ¡Como las
amas de casa! —exclama Benicia, y empieza a migar los mendrugos— ¿Y tú en qué
pensabas mientras segabas?
—En el tiempo,
observaba el cielo, las nubes; calculaba cuántas fanegas sacaríamos; en que
debía limpiar el granero; en si el muchacho llegaría para la trilla y en qué sé
yo qué otros menesteres.
—Entonces tú
también eras pensador, pero no comprabas la comida en los comercios. ¡Anda!,
deja de beber y acerca esto a tus amigos —dice Benicia. Luego, se sacude las
migajas del mandil.
Justino se levanta,
toma el cubo, con paso quedo se acerca al corral trasero, abre la puerta de la
cochiquera y dos hermosos cerdos lo miran con ojos de sabiduría.
—¡Aristo!,
¡Sócrates!, aquí os traigo la manduca que os ha preparado Benicia de
Alejandría.