miércoles, 17 de junio de 2015

La fragua

(La fragua- Francisco de Goya)

            Depositados entre la herrumbre del patio, la zarina Alexandrovna (campana rusa que mantiene que el sabor a pólvora de su sonido inspiró a Tchaikovski el final de la Obertura 1812) encela al siempre sonriente almirante Nelson (ancla del Victoria, buque insignia en Trafalgar) con sus amores con el emperador Napoleón (cañón que resultó herido en Waterloo y que ahora está desvencijado en el almacén de desguaces).
            —Tras la batalla trajeron a casa del maestro campanero los restos de los cañones muertos, entre ellos venía herido uno de mi edad, quebrado y triste, al que pusieron a mi lado en la fragua. Yo llevaba años aguardando un badajo para ser trasladada a una catedral rusa, pero los tiempos andaban revueltos. El maestro, a quien no se le habían pasado por alto mis coqueteos con mi héroe, un día se lo llevó y me lo trajo transformado en un hermoso badajo que introdujo en mi interior.
          —Olvídese de esa relación oxidada e iniciemos un romance pulido, déjeme ser su campanero y que le arranque talanes de placer, ¡huyamos en mi navío! —le poetiza Nelson con voz húmeda. Alexandrovna se pone un poco ocre.
            Luego, enmudecen al ver acercarse batas azules con sopletes.


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(Fotografía de Eva García)

Este microrrelato ha sido seleccionado (co-ganador) en el concurso Esta noche te cuento, en el que en homenaje al segundo centenario de la batalla de Waterloo había que incluir cualquier tipo de cañón.
AQUÍ podéis leer el resto de ganadores (seleccionados para el libro) y los finalistas (mencionados).


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 Como premio ha sido incluido en el libro «Cincuentos»
e ilustrado con una fotografía de Eva García

lunes, 15 de junio de 2015

Juego del escondite

(Foto de Valentín Vega)


            Fue un chaval sigiloso y atrevido, siempre salvaba a los compañeros en los juegos infantiles. Era al que se le ocurrían las mejores travesuras, como la de colocar el cubo de agua con polvo de tiza encima de la puerta a la espera de que entrara el maestro; el más audaz con las chicas, el único que consiguió un beso de Milagritos, la inaccesible hija del alcalde; solidario con los amigos, compartía el bocadillo de la merienda; generoso, te perdonaba los cromos y las canicas. Y fuerte, fuerte como un formón de arado, él solo sujetó la puerta de la cuadra mientras que nosotros huíamos por la gatera del pajar. Aguantó toda la tortura en el cuartelillo y aun sin uñas no nos delató. «Por mí y por todos mis compañeros», dicen que gritó antes de que sonara la descarga.

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