Como un vástago arrancado de la cepa
me sentí cuando tuve que abandonar mi tronco, mis surcos, el olor a tierra
regada, el sabor del tocino, el vino seco de la bota y a mi gente para ir a la
guerra.
Mi madre: aroma de heno, silencios amorosos,
aljibe de consuelos, troje de recuerdos, tacto rugoso de su lana. Su toquilla.
Mi María: aquel beso en los caños,
como brisa del atardecer, suave y tímido, pluma acariciando mis labios; su
cuerpo en la era, la cabeza sobre la albarda; el brillo de sus ojos, el cielo
en la tierra. Su chal.
Mi Carmencita: queso ahumado con
jaras, sabor a pan recién horneado, risas de jilgueros en flor, simiente de
esperanzas; acariciar su piel, pasar la mano por la mies. Su mantilla.
La matanza. Cuerpos socarrados
abiertos en canal. Barrigas hinchadas. Carne chamuscada. Tripas serpenteantes.
Moscas a la sangre coagulada. Chicharras con gritos de espanto. Miradas acres
de árboles calcinados. Hedor de cadáveres sazonados con pólvora. Matarifes en
retaguardia.
En el rastrojo, entre espigas
humanas segadas y con el cielo azul por mortaja, veo tres estrellas de luto:
decidles que no me esperen para la vendimia.
* * *