(Tomada de Internet)
A los veinticinco años tuve una hermana
gemela. Todo empezó una mañana en el cuarto de baño, delante del espejo. Se
negó a pintarse los ojos y vestirse con la bata azul. Se puso terca. Yo me
marché al trabajo en la fábrica de conservas y ella se quedó diciéndome: «No
quiero envejecer igual que todos». Desde entonces ha llevado su propia
existencia. Dado que somos gemelas, no hemos necesitado hablarnos para saber
cómo nos iba la vida. Supe que viajaba mucho y que de vez en cuando pasaba por
casa, pues me encontraba cucharillas de ciudades de diversos países y alguna
postal sin escribir. También la biblioteca se fue llenando con algún que otro
libro de viajes.
Ahora, con sesenta y cinco años nos
hemos vuelto a espejear en el envejecido cristal. «No has cambiado nada», me
dice. «Pues yo a ti no te reconozco».
Claro que no había cambiado, toda la vida haciendo lo mismo...
ResponderEliminarOriginal, sorprendente, genial, como nos tienes acostumbrados.
Bonito final, ir o quedarse, siempre un dilema. Ojalá pudiésemos todos desdoblarnos.
ResponderEliminarLos espejos, a veces cuentan muchas mentiras. Lo importante es sentirse bien, viajando, trabando o amando.
ResponderEliminarMe ha gustado mucho, amigo, hacía mucho tiempo que no venía por aquí.
Besicos